Calma

Liliana Reyes
6 min readNov 24, 2023

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Cuando era pequeña, vi como un bebé de dos años se atoraba tomando sopa de pescado. Comenzó a ponerse morado, sin poder llorar. Las mujeres que estaban presentes lo tomaban en brazos, se paseaban, gritaban, lloraban. Ninguna tomaba una acción concreta para ayudarlo. Hasta que mi mamá se lo arrebató a una de ellas, sumergió los brazos del niño en un balde con agua y golpeó firme su espalda, provocando que éste lanzara la espina que tenía en la garganta. Al fin el bebé pudo llorar y volver a respirar. Fue la primera vez que vi a una persona tomar acción ante una crisis y como el mantener la calma para hacer lo que se debe hacer, puede literalmente, salvar la vida de una persona.

Quizá por esta experiencia, desde niña ante una situación compleja soy racional. Y si algo he aprendido en este tiempo, es que para estar calmado en medio de la tormenta, se debe entrenar.

La primera vez

Cuando estaba recién empezando mi carrera, mientras era desarrolladora, trabajaba en una empresa que implementaba un ERP. Un día, una compañera que trabajaba conmigo, por error borró la tabla más importante del módulo de contabilidad, en ambiente producción. Recuerdo que al darse cuenta se puso muy nerviosa y uno de nuestros compañeros la contuvo. Por mi lado quise ayudar a resolver el problema, llamando por teléfono a mi jefe para pedir que me guiara y así ejecutar las instrucciones que permitían, a partir de un archivo de respaldo de BD Oracle, recuperar la información. Núnca había recuperado una tabla desde un respaldo. Pero ¿podíamos quedar peor que como estábamos? Pensé que no y me lancé. Gracias a esta acción, recuperamos los datos con dos días de diferencia y nuestros usuarios sólo debieron registrar la información faltante.

Lo que aprendí de esta situación, fue que mantener la calma hace la diferencia cuando necesitas resolver un problema. Al igual que la vez donde mi madre actuó racionalmente para ayudar a alguien, acá la misma actitud servía en el mundo laboral.

¿Qué hice? Respiré, analicé la situación, pensé que debía hacer y acudí a las personas que debía acudir.

Conocer cómo proceso el estrés

Tenía poco más de 20 años y mientras dormía en la habitación que compartía con mi hermana, nos despertaron los gritos de nuestros vecinos, mientras golpeaban nuestro portón. Medio dormidas y en pijama, bajamos a ver qué ocurría y nuestra vecina nos comunicó “la casa de su abuelito se está quemando y sus papás entraron allí. No han salido”. En ese momento fuimos con mi hermana a ver qué pasaba — la casa de mi abuelo estaba a poco más de una cuadra — y mientras caminaba pensé “debo vender la mercadería del negocio, con eso pago la universidad de mi hermana, puedo arrendar el local comercial, con eso genero ingreso extra mensual…”. En esos minutos de camino — que sentí eternos — generé un plan de acción para mantenernos, mi hermana y yo, si quedábamos huérfanas. Llegando al lugar los vecinos decían que habían visto a mis padres entrar, pero no salir y los bomberos no nos dejaron acercarnos — y menos ingresar — al lugar, que ardía en llamas. Volvimos a la casa. Allí estaban mis padres, sanos y salvos, quienes mientras nosotros íbamos a casa del abuelo, venían de vuelta e ingresaron por un portón trasero ¡Por eso no nos cruzamos! Pasaron unos minutos y estallé en llanto. No podía parar de llorar ¡Estaban vivos! y esa noche dormí profundamente.

¿Qué aprendí? que una vez pasada la tensión, siento un bajón y que necesito gestionar esa emoción para no caer rendida y sin energía, como me ocurrió ese día.

Sostener la tensión

Hace unos años, mi papá enfermó de cáncer. Se operó, pero lamentablemente no despertó bien al pasar su anestesia, ingresando casi de inmediato a UCI. Estuvo casi 30 días allí. Todos los días íbamos con mi hermana antes de que el médico encargado de UCI hiciera su ronda entregando el reporte del estado de sus pacientes, para escuchar los avances de mi papá. Cada día iba al trabajo, hacía lo que debía hacer y luego iba al hospital a trabajar desde allá, mientras esperaba el horario de la ronda del médico y la visita a mi papá. Le leía. Le hablaba de lo que había hecho en el día y le pedía que hiciera su mejor esfuerzo.

En paralelo, debía lidiar con la gestión del intento de traslado, pues la cuenta médica se incrementaba. Me reunía con la secretaria, revisaba los papeles, llamaba a los hospitales públicos preguntando si tenían una cama UCI, sin éxito.

Finalmente, mi padre falleció. Estuvimos con él hasta su último suspiro y por primera vez, vi “apagarse” a una persona. Esa noche llegó uno de mis compañeros al hospital para ofrecerme apoyo — hoy él es uno de mis socios- y pude llorar tranquilamente. Luego, respiré e hice lo que debía hacer: ayudar a mi mamá con el papeleo, sacar a mi papá de la morgue, gestionar su cremación y lidiar con todo lo que venía después.

En ese mes de tensión, lo que más me sirvió fue el foco. Cuando estaba en el trabajo, estaba 100% allí. Me permitía “descansar” por así decirlo del estrés que significaba no saber si mi papá se recuperaría, cómo iba a pagar la cuenta o qué haría si fallecía. También me sirvió tener el espacio para pensar en los escenarios, si se recupera, hago esto, si fallece, hago esto otro. Cubrir las posibilidades me dio claridad. Y el otro ingrediente clave fue mi red de amigos y compañeros de trabajo. Todos me acompañaron y estuvieron atentos para ayudarme cuando lo necesité.

Para sostener la tensión, se necesitan espacios de desconexión y una red de apoyo que te ayude a cambiar de aire para tener perspectiva.

Cuando puedes gestionar tu estrés, puedes ayudar a otros.

Fotografía de Cindy Muñoz junto a una de sus mascotas.

Hace un año, mientras estaba en Perú por trabajo, mi marido me avisó por Whatsapp que habían matado a mi cuñada. Luego de no creer la situación y pensar que él había escuchado mal, confirmamos la noticia por la publicación de un diario digital. En su domicilio — y mientras estaba presente mi sobrino de 7 años- su pareja la atacó, matándola en el lugar.

Claramente debía volver. Esa noche, cambié mi vuelo y avisé en mi trabajo por qué debía volver a casa. Mientras venía en viaje, pensé ¿cómo puedo ayudar? y resolví que podía hacerme cargo de algo que resultaría doloroso para mi marido, mi suegra o su abuela: ir a retirar a mi cuñada desde el instituto médico legal. Ya había hecho esto con mi papá. Podía hacerlo con ella y así, aliviar en algo la pena de mi suegra. Fue mi regalo para una mamá que tendría un dolor aún más grande si debía ir por el cuerpo de su hija fallecida en esas condiciones.

Gracias a gestionar mis emociones pude ayudar en un momento difícil.

Tener espacio. Pensar. Soltar — llorar si es necesario- volver a centrarme. Pensar. Este ejercicio me ayuda a no acumular tensión y mantenerme en calma. Y si estás en calma, no sólo puedes ayudarte a ti mismo, puedes ayudar a otros.

Para aprender a gestionar mis emociones debí enfrentarlas, vivirlas. Muchas veces, pasarla mal. Sólo así es posible navegar en medio del estrés propio o del estrés de otros en escenarios difíciles.

Por otro lado, darme el espacio para ver el lado bueno — incluso en una situación difícil- ayuda muchísimo. Si es posible reír en algún momento lo hago. Rodearme de gente buena. Contar con un círculo de confianza donde puedo ser yo misma y así lidiar con lo que haya que lidiar. Y dar un paso a la vez.

Hoy, se cumple un año desde la partida de mi cuñada, Cindy Muñoz. Ninguno de nosotros sabía que era víctima de violencia por su pareja ni que estaba en una relación tóxica, de la cual lamentablemente no pudo salir.

¿Sabes si tu compañero(a) o amiga(o) o familar está realmente bien? Te invito a preguntar y a poner sobre la mesa el tema “violencia” en las conversaciones. Te sorprenderá la cantidad de personas, hombres y mujeres, sin distinción de clase social, que son víctimas silenciosas. Tu preocupación puede hacer la diferencia, ya que ser capaz de tomar conciencia de que son víctimas, es el primer paso para salir de allí. Todos podemos ayudar.

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Liliana Reyes

CEO at Continuum HQ. Team lead at +MujeresenUX mentoring program, Member HL7 Chile.